Navidades víricas.

El año 2020 ha sido un año atípico debido a la pandemia del coronavirus. La mayoría de fiestas celebradas en todo el mundo se han suspendido para evitar aglomeraciones. Las navidades no han sido menos, y es que las reuniones familiares quedaron reducidas al mínimo, incluido un toque de queda hasta las 23:00. No podía faltar el belén y el árbol montados en casa desde principios de diciembre por mi mujer. Ella y yo lo hemos pasado bien, dentro de lo que cabe. Llamadas telefónicas a nuestros familiares más queridos completaron el vacío. 

En Nochebuena, los socorridos villancicos amenizaban una sencilla pero resultona cena preparada por Inma con todo su arte. Tapas de foie gras y caviar completaban a unos fabulosos cócteles de gambas. No podía faltar el cava y los turrones para los postres. Los villancicos sustituyeron al mensaje del rey, más por diversión que por importancia. Quizá haya sido la nochebuena más solitaria. La soledad necesaria para evitar mayores males.

El día de navidad fue similar. Un día lleno de alegría en las calles por la presencia, aunque escasa, de niños correteando con los regalos de papá Noel. Las sobras de la cena de Nochebuena sirvieron como ágape para navidad. Tampoco era necesario hincharnos más todavía de lo que estamos. Por la tarde tuvimos el placer de pasar una muy buena tarde con una amiga en el centro de Valencia. Fuimos a ver el mercadito navideño que estaba en la plaza del ayuntamiento, decorada con motivos navideños. Este año estaba reducido a unas pocas paraetas. Una altísima estructura metálica provista de luces hacía las veces de árbol de navidad decorando el centro de la plaza. Después de ver la plaza del ayuntamiento fuimos al barrio de Ruzafa a tomar algo caliente, pues el frío navideño nos penetró.

La siguiente noche festiva fue la nochevieja. Compras de última hora para asegurarnos las típicas uvas y los cotillones. Este año la celebramos en casa, pues no se pueden superar las 6 personas en reuniones familiares además que estaba el toque de queda a las 23:00. Así es que, como en Nochebuena, lo celebramos a solas Inma y yo. Una sencilla cena para guardar tripa para los turrones y dulces típicos a la espera de las campanadas. Nosotros estábamos viendo la primera cadena, el programa de José Mota, para despedir el año con una sonrisa. Nos pusimos unas pelucas, narices de plástico y antifaces para preparar las campanadas. A las 23:45 mi ritual típico consiste en pelar las 12 uvas y quitarles el hueso, una pequeña “trampa” en aras de evitar un seguro atragantamiento. A las 00:00 y con la mirada puesta fijamente en la pantalla del televisor nos dispusimos a devorar una a una las 12 uvas, una por campanada, como se viene haciendo toda la vida, con las típicas risas. Al finalizar, un brindis con cava entre Inma y yo y las fotos con los cotillones. 

En año nuevo quedé con unos amigos nudistas para irnos a dar un baño a la playa nudista de la garrofera, como ya hicimos en 2020. El día salió nublado y fresco pero con el paso del tiempo se fue despejando, así es que a las 12:15 nos juntamos 11 personas en nuestra querida playa nudista del sur de Valencia. Tras los saludos de rigor nos quitamos la ropa y nos hicimos unas fotos de recuerdo, y sin premura nos metimos en el agua mansa pero fría. Un agradable y rápido baño para celebrar la entrada de 2021. Al salir nos secamos y nos vestimos y para entrar en calor, comimos polvorones, papas, bebimos mistelas, cafés, etc, todo ello suministrado por nosotros mismos. Conforme estábamos hablando y bebiendo pasó una familia y nos saludamos, y aprovechamos para contarles lo que habíamos hecho. El padre de la familia se animó a bañarse también desnudo, ante el asombro de sus sobrinos, esposa y cuñada. Uno del grupo de amigos nudistas le acompañó al baño. El hombre, mientras se secaba, nos agradeció la oportunidad que le dimos de bañarse desnudo. Luego de esta experiencia maravillosa nos despedimos todos y yo me fui a la casa de mi suegra donde me esperaba la familia para comer. Pasamos un día divertido.

El último momento destacable de las navidades fue la noche de reyes. Regalos justos pero no por ello menos ilusionantes. Hasta la coneja tuvo sus regalitos. Delante del árbol de navidad y el belén se expusieron los regalos a la espera de ser descubiertos por nosotros mismos. Y al llegar la hora, con toda la alegría del mundo, abrimos los esperados regalos como si fuéramos niños pequeños. Los reyes, además de para Inma y para mí, se acordaron de la coneja y sus sobrinas pequeñas. El día de Reyes fuimos a casa  de mi suegra a repartir los pequeños presentes y a pasar el día en familia. Por la tarde tuve tiempo para dar una vuelta con una buena amiga, mientras Inma prefirió quedarse en casa de su madre. 

Esto ha sido el resumen de unas navidades marcadas por la pandemia que ojalá no se repita.

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