Orabidú.

Una vez estaba descansando en lo alto de una pequeña colina. El tiempo era claro y el cielo se confundía en el horizonte con la tierra. De pronto oí una bella música, como si del cielo viniese. Aunque más que una música era una sensación. Allí apareció la silueta de un ente maravilloso. Era una figura alta, sus ojos grises buscaban tímidamente sus puntiagudas orejas. El pelo, largo y claro, como ocultando la espalda. Era un ente hermoso, de un color pálido, sonrosado a la altura de las mejillas. El mentón era estilizado y los labios muy finos. El cuello era fino y alto, y estaba rodeado por una gargantilla con una joya que nunca había visto antes, salvo en unos dibujos. Era un silmaril. Deduje que ese bonito ser era un elfo. Vestía una larga túnica púrpura y unos zapatos grises con iridiscencias.

Se acercó a mí, aunque más que andar se deslizaba.  Daba la sensación de que las hojas se apartaban del camino para dejarle pasar. Con una etérea y suave voz me preguntó, ¿Qué es orabidú?. Yo le contesté: Donde el agua nace en lo alto de las montañas, donde se hace paso por las laderas y muere en el mar. Donde las aves hacen que el bosque se mezcle con el aire. Donde las montañas modelan el paisaje y el sol lo calienta. Allí está orabidú. Eso que a veces sale del corazón y no sabes expresarlo. Eso que hace que parezca que estás pasando por un momento agradable, eso que oyes y lo asimilas como parte de ti, sin lo cual no serías lo mismo. No tiene sabor, no tiene olor, no se puede tocar y no se puede ver, pero sin embargo sí se puede sentir. ¿preguntabas que es orabidú?, orabidú ahora mismo eres tú.

La elfo, al oír esto, se despojó de la túnica y se pudo apreciar un vestido azul celeste, de una tela desconocida. Las mangas eran anchas con un bordado de sialín, como el del cuello. Tenía ceñido a la cintura un fino cinto de cuerda de betrel. Alargó el brazo que sujetaba la túnica y me la dio. Al ponérmela noté algo así como un cúmulo de sensaciones agradables, que se manifestaban con un halo pálido. La elfo me tenía cojido por la mano y me miraba fijamente a los ojos. Al poco tiempo salió de mi todo el mal y me noté cambiado. La elfo y yo nos sentamos y miramos al cielo y al llevarme las manos a la cara ví algo extraño. En la palma de mi mano ponía orabidú. Le pregunté a la elfo si me lo había hecho ella. Con una bonita melodía me dijo:

Orabidú, orabidú. Ha sido orabidú. Orabidú, orabidú orabidú…..

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